Llueve.
La humedad macera la tierra.
El sepulcro, al descubierto,
exhibe cientos de cuerpos.
Llueve.
La fosa vomita esqueletos
sin dueño ni familia.
Todo el río es testigo.
Llueve.
Desfilan en remolinos.
No callan.
Ni mienten.
Ni absuelven.
Llueve.
El silencio se ahoga entre tantos gritos.
El diluvio saca a flote la inmundicia.
Llueve.
El dedo fértil del destino
salva nombres y apellidos
para que no mueran ahogados
en el pantanal de los siglos.
Llueve.
La lluvia señala tumbas.
La lluvia dirige plegarias sin rumbo fijo.
La lluvia tuerce el tobillo al olvido.
La lluvia señala con su hedor
ausencias homicidas.
La lluvia denuncia a destiempo,
la muerte de cientos de víctimas.

En el distrito de Mbanza- Ndounga, Congo, hay tumbas colectivas. Las denuncias señalan que al menos 80 personas fueron muertas y sus cuerpos ubicados en una pila en ese lugar. En el camino de Dimba, detrás de una oficina fueron asesinadas decenas de personas y sus cuerpos dejados en zanjas cavadas para el drenaje de la lluvia.
El hecho de que el césped crezca ahí prueba que no mucha gente atraviesa esos lugares, antes muy concurridos y cuando llueve, emana del suelo un olor nauseabundo procedente de la descomposición de materia orgánica. En estas ocasiones es posible ver huesos humanos arrastrados por el agua.

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Datos de la autora

Silvia Delgado Fuentes, España, 1968 | Nació en un pueblo de la rioja alavesa, desde entonces hasta ahora, es nómada de pieles y geografías. Difunde sus versos en montajes que realiza alternando texto, música e imágenes. Es autora de los siguientes libros de poemas: “Ángeles cotidianos”, “Y que hablen en mis palabras”, “No está prohibido llorar con los supervivientes”, “Las cuarenta chimeneas del infierno”, “Canción inútil para Palestina” y “Nanas de rodillas”.